Aún quedan rincones, recompensas visuales para el que busca la pureza de las cosas sencillas, y todas, absolutamente todas, se encuentran relacionadas con el entorno natural y los sentimientos humanos. Un libro abierto para el que quiere leer, un baño de vida necesario para abstraernos de lo superficial y dimensionarnos en nuestra relación con el mundo. Mi compañera llama a eso «Quemar retina» y ciertamente la luz de este lugar es cegadora en su plenitud.
Os invito a un paseo por la Playa de las Conchas.
La ruta comienza en Órzola, un pueblito marinero al norte de Lanzarote. Hacía tanto tiempo que no montaba en barco que casi no recuerdo la última vez, me hacía ilusión y más cuando vi las fauces de nuestro navío, el Graciosero Uno, todo un tiburón de los Mares.
Con la ilusión de un niño, y una tripulación compuesta por múltiples nacionalidades, oriundos e incluso «indígenas» emprendimos el trayecto que nos había de llevar a La Graciosa.
La mañana estaba un tanto gris, a tono con el bravo mar que mecía nuestro escualo al antojo de las olas, especialmente cuando traspasas el Farión de Afuera, la punta física de la Isla, donde las corrientes marinas se hacen más evidentes.
Una audaz maniobra de acercamiento y pronto embocamos la parapetada entrada al puerto de Caleta de Sebo.
Me hablaron de la tranquilidad de aquella isla, pero no era precisamente así aquel día, pues se estaba celebrando una competición de resistencia y el puerto era un bullicio de público asistente y corredores que llegaban exhaustos.
Mientras nos abastecíamos para nuestra ruta tuve tiempo para hacer esta panorámica del puerto. Al fondo los acantilados y el Mirador del Río.
Cuando la estaba procesando probé a virarla a sepia, vestirla con una pátina de tiempo, de aquellos tiempos duros de marineros esforzados. (Pinchad sobre las fotos para verlas aumentadas)
Esta gaviota flotadora nos deseó un feliz día, luego la volvimos a ver a nuestro regreso. (Cosas de Gaviotas)
A las afueras de Caleta de Sebo se abren varios senderos que llevan a otros tantos lugares de la Isla.
Una vez en el camino hacia la Playa de las Conchas también tienes la posibilidad de visitar Montaña Amarilla y el pequeño pueblito de Pedro Barba.
Y por fin, después de una buena caminata, y cuando las fuerzas de los más pequeños comenzaban a flaquear, avistamos la llamativa arena amarilla de la Playa de las Conchas.
Me pareció estar en otro lugar, muy lejos de allí, en algún otro continente, un tipo de playa que nunca había conocido, quizás el recuerdo de alguna película o documental.
La bandera roja es permanente en esta playa, la belleza salvaje se cobra víctimas extasiadas ante su magnitud, naturaleza sin medida, pura en su esencia.
El mar te invita, pero también te advierte, y amablemente te alcanza una suave alfombra blanca para que sacies tu sed de sentir.
Un pequeño sorbo de emoción como recompensa a su visita.
Un lugar para quitarnos la pétrea máscara de nuestro ajetreado modo de vida.
Desde la playa se observan tres pequeños islotes, Montaña Clara, el Roque del Infierno o Roque del Oeste y a lo lejos la isla de Alegranza. Éstas, junto a la Graciosa, forman el Parque Natural del Archipiélago Chinijo.
Y las rocas reflejan el azul del cielo y se tiñen de color, destacando sobre la arena amarilla y el pardo de la roca volcánica. Un cuadro inacabado pintado durante siglos.
Un paseo para ver las famosas conchas que dan nombre a la playa, paseo infructuoso, pero igualmente bello.
Hora de volver, el último barco sale en un par de horas.
Siempre el camino de vuelta se hace más corto, el día terminó de despejarse y casi llegando a Caleta se aprecia con claridad la enorme pared de la isla madre Lanzarote, como un fortín, siempre vigilante con las corrientes del «Rio» que separa a ambas.
Aún más impresionante desde el mar.
Aquella Gaviota amiga, ahora nos indicaba el camino de regreso. Por supuesto se despidió.
Una gozada coger el barco al atardecer,
cuando el sol lo pinta todo de naranjas y dorados.
Un momento para echar la vista atrás y recordar este bonito día, así parece hacer Cas, el más pequeño de aquella expedición.