Sigilosamente, amortiguando el sonido de mis pasos en la arena húmeda de relente, trato de no despertar a las rocas durmientes del entorno de Mónsul. Pues a esa hora primera, aún andan adormiladas, hasta que el sonido sordo del despertador amarillo les hace bostezar, dilata piedras y oquedades mientras se miran unas a otras contando las bajas de la noche pasada en la permanente batalla erosiva de las olas.
Y me miran de reojo, me reconocen, y son conscientes que tenemos un pacto, una alianza, y que mi presencia allí tan sólo obedece al cumplimiento de la misma, contar su historia…