Como en aquella película, «Lady Halcón«, y sin entrar en fílmicas cuestiones románticas de guión hollywoodiense, los astros, nuestros astros, la luna y el sol, comparten furtivos momentos de encuentro. Toman relevo, el uno de la otra, y se cuentan y dan parte de lo acontecido en su rutinario y cíclico turno de guardia. En la distancia, sus fuerzas gravitatorias, invisibles, ponen en marcha la rueda de lo cotidiano, el devenir de las horas que marca nuestro ritmo vital. Día tras día, noche tras noche, por años, siglos y milenios, motor celeste, increíble artefacto que sin embargo nos pasa desapercibido, a nosotros, pequeños hamsters de la rueda astral.
Tan sencillo como apearse, del podium antropocéntrico, de la inercia de nuestra mente, tan sencillo como observar, desde miradores privilegiados como la Isleta del Moro.